miércoles, 20 de abril de 2011

Luna llena en el cementerio.



Foto: Judith Contioso

Hace apenas nada que acabamos este itinerario nocturno en el cementerio y ya lo echo de menos.

Siempre ha habido instalado en nosotros un temor irracional hacia el cementerio, pero con Carlos Garrido hemos aprendido que nos estamos perdiendo una de las partes más importantes de nuestra ciudad.

Él siempre lo describió como un triple museo. Con mucho trabajo consiguió rescatar el arte y la historia que encerraba, pero no ha sido hasta la semana pasada cuando se ha redescubierto para el público la parte más importante del recinto: la parte emocional.

"Lluna plena al cementeri" se llamaba este itinerario poético-literario. El público podía gozar de un paseo emocional alumbrado por la luna llena y acompañado por unos efectos de iluminación sorprendentes.

Yo gocé de un privilegiado puesto de honor que me permitía ver el espectáculo desde un punto de vista alternativo. Oculto en la oscuridad, vagando entre tumbas, veía el rostro de la gente que observaba a los actores (Xim Vidal y David Rodríguez), absorbiendo la energía que desprendían cuando recitaban los pesares de sus poemas...


Desde mi punto de vista, al principio la gente se me antojaba invisible, igual que yo lo era a sus ojos. Ante ellos se les presentaba Laura Dalmau, ataviada de una manera semiespectral. El efecto de luz provocaba una impactante sensación de aparición súbita que, de lejos, ponía el vello de punta.


Después de una educada reverencia pedía, sin mostrar a nadie su voz, que la siguieran. El hecho de que no pudiera hablar la hacía inquietante, pero mucho más misteriosa.


 Acto seguido el camino se iluminaba con un delgado hilo de luz tenue.




Yo, desde la distancia, les veía recorrer el camino, parándose a observar las tumbas más relevantes, iluminadas por la luz que proyectaba Laura.

Entonces, llegaban cerca del oratorio central donde, subido en un banco de piedra, les esperaba David. Su poema hacía alusión a los ángeles y seguidamente se iluminaban las dos figuras pétreas que le rodeaban.

"¡Oh, ángel de luz!..." Citaba mientras el público, atónito ante la energía que lograba desprender, se llenaba del sentir que necesitaba.

Llegados a este punto ya nadie creía estar en un sitio de "mal rollo". De hecho, yo que he estado varias noches seguidas asistiendo al evento, puedo afirmar con seguridad que toda la energía que se siente dentro del recinto es positiva. Más en unos lados que en otros, pero siempre positiva.

Cuando una vez dentro entiendes y sientes, se crea a tu alrededor un aura de seguridad que te protege hasta el final. Cuando sales del lugar y vuelves a la banal realidad, el hechizo se desvanece, pero sabes que lo has sentido y no lo olvidas. Todos hemos aprendido.

En el cementerio viejo hay una multitud de tumbas preciosas, pero no todas son fácilmente accesibles. Es un laberinto cuyo minotauro es un gato negro, afable y cariñoso, que nos ha hecho compañía en los ensayos.

Yo me movía entre lápidas mirando a la gente seguir el itinerario marcado, pasando por tumbas de imponente belleza hasta llegar a una de las paradas más importantes del recorrido en la que, una guitarra y un contrabajo, dirigidos por los músicos Toni Miranda y Miquel Ferrà, empezaban a tocar dos melodías que despertaban en nosotros la melancolía de unos recuerdos no vividos. Al mismo tiempo se iluminaban una a una, de forma gradual, las tumbas que los precedían dejando ver escenas tan impactantes como esta:

Foto: Judith Contioso

Todos se cargan de sentimiento; los músicos, los actores, el público y los técnicos ocultos en las sombras. La emoción llega hasta donde la música puede oírse. Pero no es lo mejor del recorrido...

Cerca del final, tras unas escenas que omitiré sin querer restarles importancia, se llega a las puertas de las catacumbas, alumbradas por el fuego de las antorchas.

La llegada a las puertas del infierno...



Foto: Judith Contioso.


Tras abrirlas, Xim se pronunció con voz casi de ultratumba.

"Per mi s'entra a la ciutat sofrent..."

Foto: Judith Contioso

"...per mi s'entra cap a l'etern dolor."

Frases que se grabaron en mi mente y que escuchaba desde el otro lado del pasadizo.

Mientras la gente atendía a las palabras de Dante de La Divina Comedia, yo acompañaba a Arantxa Andreu a su "puesto de combate". La pobre Arantxa debía empezar a cantar a oscuras y prácticamente sola.

El público se adentraba en las catacumbas, equipados con una antorcha que debían encender, siendo esta su única iluminación durante el trayecto subterráneo.

Foto: Judith Contioso

La gente caminaba muy despacio, deleitándose con el singular paisaje, miraban los nichos y escrutaban en la oscuridad en busca de algo que pareciera más real que la aventura que estaban viviendo. A medida que se adentraban escuchaban más clara la voz operística de Arantxa que, al principio, era tan leve que parecía proceder de la propia imaginación.

Foto: Judith Contioso

Si a alguien se le hubiera ocurrido mirar hacia la bóveda y fijarse en las aperturas de las claraboyas podría haber discernido una aglomeración de técnicos que disfrutaban de la dantesca ruta desde la superficie.



Al salir de nuevo al mundo exterior se encontraron con lo más parecido a la visión del Paraíso.
Hay que mencionar que los efectos de luz, a cargo de Miquel Fuster, eran algo sobrenatural.

Foto: Judith Contioso
Tras este espejismo onírico se acercaba el final de la función. El oratorio hizo a su vez de entrada al cielo, y la gente se marchaba sin llegar a discernir si lo que había visto era realidad o era un sueño. Una vez en el exterior del cementerio todo lo que había fuera de él parecía poco real. La fantasía, las emociones, todo lo vivido en una hora y media quedaría anclado al alma de cada visitante que quiso aventurarse en esta introspección externa.

Foto: Judith Contioso


Para los que nos encontrábamos detrás del telón fue una experiencia inolvidable, un viaje espiritual al centro de los sentimientos. Magia en su estado más tangible.

Foto: Judith Contioso


En mi memoria quedarán grabados para siempre los recuerdos vividos; los largos recorridos a oscuras entre lápidas y monumentos, los bocadillos y risas a la luz de la luna, el oír los poemas repetidamente y emocionarme cada vez, los trucos de cartas dentro de la capilla, la alegría de escuchar mi nombre como uno más del reparto, el sentirme una mezcla de ninja y voyeur al observar reacciones y sensaciones... En fin, tanta fantasía dentro y fuera del espectáculo que no se puede enumerar en un mismo texto.

Gracias por vivir y compartir conmigo esta aventura.




Foto: Carlos Garrido



¡Sed felices!




(Quiero agradecer a todos y cada uno de ellos el esfuerzo que han invertido en la resolución de este acontecimiento tan especial:


A los actores: David Rodriguez, Laura Dalmau y Xim Vidal por su gran interpretación, por enseñarme tal capacidad para meterse y salir del personaje, por emocionarme cada vez, a pesar de que supiera de memoria sus frases/gestos.
A Miquel Fuster y la gente de Efectes. La iluminación no lo era todo, también su compenetración. Hicieron poesía dónde no parecía haberla.
A Arantxa Andreu, Toni Miranda y Miquel Ferrà por poner el acento que le faltaba a al función. Nos hicieron sentir todo lo que no se dijo.
A Dominic Hull por controlarlo todo desde la retaguardia, por dar apoyo y animar a todos los presentes.
Y en especial a Carlos Garrido por hacerme partícipe de este evento tan especial. Sin ti no hubiera sido posible, literalmente hablando.)